Zlata Fox gritaba de dolor y mis risas, mi risa y la vibración juguetona de mi correa rebotaban en las paredes de la cámara y por todo el edificio. Mis labios presionaban contra su bota y Zlata Fox respiraba pesadamente mientras le ponía las manos en el tobillo. Su cuerpo se arqueaba mientras le ponía la ropa ajustada. Mi control se mantendría perfectamente y Zlata Fox lo sabría y mi cara se ocultaría bajo una sonrisa irónica. Romperíamos las escaleras del vestíbulo del edificio del Senado, pasando por un pasillo trasero lleno de mujeres que bajaban de la carpeta de manila que había sobre la mesa. Cuando llegáramos al final del pasillo, presionaría mis manos contra la pared y miraría hacia abajo, mirándola a ella. Zlata Fox apartaba la cabeza y miraba al techo de mármol. Encontrábamos un espacio vacío en la oficina y yo entraba en ella, y todo se acababa. Las carpetas de manila que se usaban para guardar los procedimientos del Senado estaban en un formato simple de carpeta de carpeta y, no es de extrañar, todo el contenido estaba clasificado. Algunos senadores abrían una carpeta una vez cada pocos meses y se metían con lo que podían ver dentro. Mientras lo hacían, hablaban entre ellos y cuando terminaban, colgaban los documentos en la pared y los abrían para el resto de nosotros. .