Te había dicho que todo lo que quería era tu semen. El mismo charco húmedo en el que estaba cuando fui a verte por primera vez en esa habitación de hotel. Ni siquiera esperaste a ver mi reacción. Me metiste y sacaste tu maldita verga. Cada vez que me levantaba para decir, para, me subía en la entrepierna y me daba un golpe en las tetas. Me pedías que te viera correrte en mi cara y mi pelo, me veías sonreírte, gemir de dolor y placer. Me revolcaría sobre mi estómago, sentado en el borde de la cama. Las esposas o lo que sea que me pongas en las manos subirán y bajarán por la parte de atrás de mis piernas. Las esposas se sentían bien. Me encantaba la sensación de tu mano áspera en mis brazos, el cuero apretado rascando mi piel. Sabría que eras tú, la sensación de tu gruesa polla en mis labios, el olor de tu gruesa esperma que aún se elevaba para llenarme. Sentiría tu semen caliente derramándose en mí. Pensaría en tu polla ablandándose en mi mano y tus gritos y los espasmos de tu cuerpo hasta que el mundo se convirtiera en sólo tú y yo. Sólo escucharía tu corrida en mi coño, tu corrida caliente derramándose de tu polla gruesa, disparando gruesos fajos de ella hacia mí, llenándome, llenando mi cuerpo con la puta corrida de tu polla de garganta profunda. No se desperdició ni una gota. .