Devoiuserin era insaciable por más, pero aprendí a contenerla, al menos en promedio. No fue tan excitante ni tan frustrante como temía que fuera. Una vez por semana, siempre la sorprendía en el baño, asegurándole que tendría la puerta abierta y cuando Devoiuserin empezara a ducharse, que estaría listo para ella. Que le mostraría cómo era su coño y su culo, y cómo se sentía la verdadera mierda. Entonces, no me verían, no me permitirían entrar, ya que la puerta estaría cerrada con llave. Mis encantos inocentes, mi edad y mi voz eran suficientes para hacerla merecer tres horas de tiempo perdido. Devoiuserin me preguntaba a menudo si le dejaba poner un poco de crema en su coño. Nunca acepté. No era una violación, le aseguré, pero Devoiuserin podía quitarse el bikini y acostarse en la cama, a punto de ser penetrada, al precio de los privados. También le dije que Devoiuserin podía lamerme las bolas después de haberla penetrado, bajo su propio riesgo, sin miedo a ser descubierta. Le advertí que Devoiuserin esperaba que le preguntara frecuentemente si quería venir, y que la azotaría si no lo hacía. Algunas de sus amigas pensaron que yo era demasiado caliente para mi propio bien, pero pronto descubrieron que era el hombre adecuado para ella...